El que nace mortal, camina hacia la muerte. El que nace inmortal vive en ella.
































































Las nubes son mi casa ,la oscura noche mi morada , el pensamiento mi arma y mi defensa el papel

Este es mi corazón , hacer un buen uso de el

lunes, 17 de mayo de 2010

Amalia

La historia que va ligada a esta ilustración es una historia de amor cortés. De las que se llevaban en los siglos XII y XIII( En la provenza) llevada al romanticísmo.

En el año 1821 nació la que fuera a ser mi amor imposible. Se llamaba Amalia y es y será para mi, hasta el fin de los días, la mujer más hermosa que a pisado este mundo.
No podía encontrar forma de acceder a ella, es más no había. Más de un millón de veces lo intenté. Se convirtió en mi obsesión. No comía, no dormía, no al menos sin pensar en ella, en sus cabellos rizados, en su estilizado cuello, todo me atraía de ella.
Cuando Amalia nacío yo solo tenía cinco años de edad, pero aun así quede prendado de su belleza desde aquel instante.
La ví crecer, y cuanto más avanzaban los años más lo hacía mi locura.
Cada vez era más bella y yo más pobre. Yo solo era un pintor, un simple mortal con metas inalcanzables.
¿Como podía yo hacer de ella un ser inmortal, que fuera recordada para siempre jamas y fuera admirada por todos?
La idea se me ocurrió el 3 de mayo de 1853.
Haría un retrato de ella, uno tan perfecto que perduraría sin ser restaurado toda la eternidad. El problema ahora era como entrar a su palacio sin que ella solicitara los servicios de un pintor.
No tuve que preocuparme por eso durante mucho tiempo por que el día 6 de octubre del mismo año fui llamado a su palacio en el condado de Vilches para hacer un retrato.
Allí estaba, más resplandeciente que el mismo sol, esperando a mi llegada, a hacerla inmortal.
Tres meses tardé en hacer el retrato y fue tal su ilusión por verlo, por ver como había quedado mi obra,que no pude negarle el acceso a mi austero estudio.
tanto le gustó su retrato que me pagó más de lo acordado, llebandoselo ella misma en el acto.
Fue expuesto en su habitación, donde lo veía cada mañana al despertar.
Pasaron los años y ella se casó. Fue tan mi dolor que dejé de pintar. Ya nada salía de mi mente, no tenía ideas, rechazaba los contratos y me encerré en mi mismo volviendome huraño y arisco.
Todos los días visitaba su palacio, todos los días me quedaba en la puerta con la esperanza de poder verla de nuevo.
Intenté hacer otro retrato de ella en mi estudio. Pero nada, todo lo que salía era horrible, indigno, penoso.
Muchos años duró mi pena, hasta el día en el que al fin sequé mis lágrimas para siempre.
Ese día fue el 18 de julio del 1874. Amalia había muerto y se hizo una gran misa en su honor a la que asistió toda la corte y a la que decidí presentarme.
Allí estaba su cuerpo sin vida tendido sobre un lecho de satén rojo y un ataud de roble oscuro.
(La tapa estaba abierta descubriendo su cuerpo)
Llevaba un vestido de terciopelo azul tejido a mano. El vestido plagado de volantes y puntillas marcaban la silueta delgada y bien torneada de mi difunta amada.
Me acerqué al féretro con cuidadoso sigilo y besé su frente fría y sin vida. Antes de irme me despedí de ella una última vez y, veloz como el rayo, salí de la Iglesia.


Lo que nunca se sabrá- al menos que se lea esta historia- es que en el cuadro de Amalia, en la parte inferior a la derecha pueden leerse unas líneas que yo mismo escribi tras su muerte. En ellas me despido de ella para siempre y le confieso mi amor eterno.

De no ser por Claudia esta historia no seria sabida ya que yo mismo la dije que la escribiera para mi.

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